A punto de cumplir un año en cartel con el musical que lo acercó masivamente al público teatral, este joven actor de sólida formación nos habla de sus anteriores trabajos, su modo de encarar la composición del personaje, y su próximo proyecto. La entrevista comienza en torno a su actuación en “Marionetas del pene”, el atípico espectáculo que hizo algunos años atrás.
A.P.: Fue raro, yo no me lo cuestioné tanto. Pero pedí consejos a amigos. Fui a verlo a Carlos Gandolfo, a ver qué opinaba, y él me dijo: “usted trabaje, mientras haga lo que usted quiere hacer y sea actor, trabaje”. Le pusimos con el otro actor garra y corazón. Si bien no teníamos muchas herramientas, no había mucho texto y eso no nos ayudaba, entonces empezamos a opinar y sugerir cosas nosotros que nos dieran la seguridad para llegar a hacer eso, que la desnudez se convirtiera en sólo una anécdota. De lo contrario me hubiera sentido desprotegido.
ES: Desnudo.
A.P.: Literalmente desnudo...
E: Si yo le hubiera contado el espectáculo a mi mamá, ella me hubiera dicho: “dos degenerados y un grupo de perversos que los va a ver”. Pero supongo que siendo dos buenos actores, el asunto de la exposición explícita habrá sido todo un tema.
A.P.: Fue complicado.
ES: ¿Sentís que el público tomó tu actuación seriamente?
A.P.: Sí. En todo momento lo encaramos con la comicidad y el doble sentido, pero sin embargo el hecho de jugar con nuestra genitalidad y reírnos de ella es algo fuerte. Tratamos de jugar a ser adolescentes, de desarrollar chistes a partir de nosotros. Pero nunca recargamos esa idea de jugar ni con lo obsceno ni con el doble sentido, sino desde la inocencia. Si nosotros lo hacíamos desde la sexualidad y el doble sentido, hubiera sido redundante y chabacano. La propuesta interesante -que fue nuestra- fue jugar desde la inocencia. El doble sentido lo tenía el público. Hubo también respeto de la crítica, que no nos maltrató a nosotros, pero sí al espectáculo por lo poco que ofrecía.
ES: Yo noté que la crítica no se animó a hacer “crítica”. Se hicieron más que nada informes y entrevistas.
A.P.: A mí lo que me parecía interesante de “Marionetas del pene” es mostrar la desnudez del hombre. Siempre está como relegada, o sólo se muestra el torso, la cola... Nunca se ven los genitales, suelen decir “no es estético”. Pero tampoco hay por qué tapar. ¿Por qué no tener la capacidad de mostrar eso que no es estético? Eso es lo que me pareció interesante, desmitificar, ¿por qué no mostrar?
ES: ¿Y luego qué vino?
A.P.: Luego hice “El hombre de la Mancha”. Yo fui el barbero. Hubo una temporada de seis meses. En la segunda temporada hice del Duque. El barbero fue apenas una participación. Me encantó hacer esa obra. Es uno de los pocos musicales que no ofrecen sólo entretenimiento. Me gustan las obras que cuestionan la humanidad. Tampoco –al igual que Cabaret- tiene final feliz.

A.P.: Un drama. Porque invita a que se resuelva, a que lo resolvamos día a día. Es una historia que si bien no tiene final feliz, todos sabemos qué pasó después.
ES: Me interesa el personaje del escritor, que en algunas puestas en heterosexual, en otras gay, en otras bisexual... ¿A vos qué te produce?
A.P.: Creo que han sido decisiones en torno a la época y en dónde se ha estrenado la obra. Cuestiones culturales. Ha tenido que ver con la aceptación o no de la diferencia. Políticamente, la obra ha mantenido siempre la línea de pensamiento. En cuanto a lo sexual, ha variado, es algo de lo que yo estaba enterado.
ES: La obra se desarrolla en la Alemania Nazi, si bien hay una gran universalidad.
A.P.: Sí, creo que es un pretexto. Podemos transpolar esa situación a cualquier momento. Dictaduras hubo siempre. Siguen habiendo genocidios, es increíble. Este pretexto fue en 1940.
ES: ¿Hiciste alguna investigación sobre aquello que se denomina “el espíritu aleman”?
A.P.: No, si bien investigamos bastante (estuvimos en contacto con gente del Goethe), tratamos de tener información de la época y su idiosincrasia. Investigamos sobre estos Cabaret, y por qué no se cerraban. Por qué a pesar de que había discursos que estaban en contra del nazismo sin embargo se hacían y asistían nazis. Vimos material fílmico y muchos libros de fotografía, incluso pintura.
ES: Tu personaje no sólo es cómico, parece como que es atemporal. Es uno de los pocos que se permiten bajar a escena, romper la cuarta pared y buscar complicidad.
A.P.: Hay un guiño que se propone la obra, esta idea de atraer al espectador e involucrarlo. Hacerlo parte de la historia. Creo que esto lo invita más a cuestionarse de qué lado está.
ES: Se trata de un espectáculo muy brechtiano.
A.P.: Sí. El distanciamiento –sobre todo en mi personaje- aparece mucho. Hay una línea de pensamiento que se rompe permanentemente, una ruptura de emociones sobre lo que está ocurriendo, desde la comicidad al drama como del drama a la comicidad. Hay sobre todo una invitación al pensamiento brechtiano.
ES: La misma dialéctica de la obra va de lo íntimo (la pensión) a lo público (el cabaret). La escenografía es la misma, finalmente caemos en la cuenta de que el espacio es el mismo.
A.P.: Sí, de hecho hay una mesa, una silla, un par de sillones...
ES: Yo creo que ese es un gran mérito de esta puesta.
AP: Yo también, si bien fue una elección cuestionada. Se le tiene el prejuicio al musical de que es frívolo, pero cuando se hace algo distinto, cuando se le da mucha libertad al espectador, se le critica eso. Cabaret es una obra de teatro con canciones. La defino así: como una obra de teatro brechtiana. La canción es un recurso más para cortar. Quizás se esperaba otra cosa por relacionarla con la película, que se hizo en los ’70, año en el que Hollywood tenía mucha fuerza.
Ezequiel Obregón