Gentil, luminosa, precisa. Así es Ana Katz, cuyo segundo film “Una novia errante” acaba de estrenarse luego de su paso en el Festival de Cine de Cannes. En este film, la directora aborda cinco días en la vida de Inés, personaje que interpreta, que ha sido abandonada por su novio en medio de un plan vacacional. Katz ingresó al campo cinematográfico con El juego de la silla, si bien ya había desarrollado una interesante carrera teatral. Nos concedió esta entrevista en su oficina de Flehner, la productora para la cual dirige publicidades.
Venis de Cannes. ¿De qué se trata esto de haber ido al “festival de festivales”?
Estoy contenta de la experiencia de Cannes, de cómo le fue a la película. Es un poco agotador porque es un festival muy vertiginoso, en donde hay proyecciones simultáneas y muchas actividades paralelas. Se calcula que durante los diez días que dura el festival pasan 150.000 personas. Todo es muy organizado, hay credenciales y pases para una cosa y pases para otra. Para mí fue muy importante como experiencia, a la película le fue muy bien y eso significa un buen comienzo. Uno siempre tiene la ilusión de hallanar un poco un camino que es complejo, que es el de hacer películas, y en ese sentido está buenísimo.
¿Cómo fue el proceso de realización del film?
En realidad primero hicimos el rodaje, se presentó en el Bal del BAFICI en donde ganó el premio Work in Progress, y luego fue seleccionada en San Sebastián para Cine en Construcción, allí ganó el premio de la industria, y con ese premio se terminó la película en España, y al mes y medio de haber vuelto tuve la noticia de que íbamos a Cannes. El ritmo fue rápido e impulsivo. Algo del impulso del personaje lo tiene el impulso de la película.
¿Cuál fue la génesis de la película?
Quería trabajar sobre el amor no correspondido. Los miedos y la fragilidad del amor desde el punto de vista de una persona no tanto en torno a la relación entre dos, sino en relación al que no es escuchado.
Este tono que tiene algo muy dramático y a la vez absurdo de tu personaje, ¿lo fuiste encontrando a la par que avanzabas en la escritura o ya estaba establecido?
No, en verdad escribimos con Inés Bordegaray y trabajamos a lo largo de un año en el guión, intentando encontrarle un punto de equilibrio muy particular porque queríamos conseguir una intimidad muy grande entre el guión e Inés, y la cámara e Inés, y por un lado queríamos trabajar ciertas situaciones humorísticas para profundizar en las escenas. Tampoco queríamos llenar la película de gags o situaciones ocurrentes que distrayeran lo fundamental, que es la intimidad de ese personaje.
¿Conocías Mar de las Pampas o a partir de la película comenzaste a ir? ¿Por qué elegiste este espacio?
A mí me gustaba Mar de las Pampas porque es distinto a la ciudad, por ejemplo Capital Federal, en donde uno se puede alienar de varias maneras para no pensar en nada. Es mucho más facil negar, olvidar, o hacer que uno se olvida. En cambio el hecho de ser abandonada por una pareja en medio de un balneario fuera de temporada en donde se mira por un lado y se encuentra un bosque, y se mira por otro lado y está la playa, era interesante para poner al personaje en una situación un poco más límite.
En tu obra Lucro Cesante ya hay una mirada sobre el mar, ¿la idea de lo vacacional forma parte de un estilo, o se trata de una casualidad?
No, en verdad uno a veces descubre cuándo son los temas propios después, por la mirada de los demás y las devoluciones que te van dando. Para mí el mar es muy impactante, para mí y para la mayor parte de la gente (risas). Hay algo de la vitalidad que tiene el mar y la sensación que deja que creo que es muy particular, y tiene mucha potencia y de alguna manera me ayudaba a contar cómo Inés a lo largo de los días logra relacionarse con la naturaleza, que de algún modo es la única fuerza que decide. El cuerpo y la naturaleza son las verdades “últimas”. Un baño en el mar al final me gustaba mucho.
Está presente la idea de que el pasatiempo deviene conflicto. ¿Qué sentís que le pasa a los personajes cuando tienen mucho tiempo para estar sólos?
Quizás es como una sensación de que cuesta arrojarse al vacío del tiempo libre, que a veces viene ligado a la confrontación con las verdades privadas que derivan en una armonía y en un tiempo de disfrute, pero también pueden significar un torbellino emocional. Sobre todo creo que en general la gente en vacaciones tiene una posibilidad de interactuar y de sentir muy distinta que en la vida cotidiana del trabajo, en donde no hay demasiado tiempo para traspiés y sobresaltos.
He observado en el cine argentino que últimamente lo familiar siempre es un terreno apático para el personaje. Como por ejemplo en el cine de Rejtman, en donde encontramos a la figura del adolescente no relacionado con el mundo adulto, o el caso de la familia en el cine de Lucrecia Martel, tan ominosa. En relación a lo familiar, me interesa que en tu película hay una mirada reconciliadora hacia lo familiar, muy visible en el final.
Sí, yo creo que al final algunos lo leen de una manera, y otros de una forma muy distinta. La familia tiene una historia, y los personajes que tienen una historia pasada tienen peso propio y afecto, que es muy particular. Eso muchas veces produce un efecto muy importante en las personas. El padre rescata a Inés de una situación y luego le dice: “¿El trabajo, bien? ¿Tus cosas, bien?”, y ella le responde que sí, y no ocurre nada más, porque de alguna manera no me parece que les toque dialogar sino estar juntos y rescatarse. Algunos podrán pensar que hay un final muy amargo. Lo que yo sentía en relación a ese final es la convivencia entre la amargura y la luminosidad. Queda claro que atravesar la vida es eso, aceptar las amarguras y buscar el sol o meterse en el agua de todas maneras.
La película tiene algo pesadillesco. Me recordó a la idea de Alicia en el país de las maravillas, en relación a ingresar a un mundo distinto, con nuevos códigos. Inés se encuentra en una suerte de comunidad que casi roza el hippismo.
La fábula con la que juguetié un poco fue la de Caperucita Roja, que tiene un concepto moral sobre lo extraño y lo familiar que me interesaba mucho, y la verdad es que en relación a Caperucita Roja había un lobo que sería Germán y un posterior rescate familar. No quise hacer una adaptación directa, sino que la fábula le otorgara un sentido onírico a esto que vos notás como pesadillesco. Estéticamente era funcional esa pesadilla ligada a la fábula.
Eso es muy visible en la idea de la mujer que entra al bosque.
Exacto.
Me interesó cómo evoluciona la relación entre Inés y Germán, tanto en tan poco tiempo, si bien es evidente que son personas con dos vidas y dos visiones diferentes. El trabajo que encaraste con Carlos Portaluppi (quien interpreta a Germán), ¿fue similar al que realizaste con los otros actores?
No, nosotros ensayamos con Marcos Montes, que fue mi coach de actuación y colaboró en la dirección de actores de las escenas compartidas. Ensayamos bastante y buscamos el tono juntos para este vínculo que tenía que tener algo de esos amigos que son efímeros, que son amigos que uno se hace en la costa, que son muy importantes en un momento pero que luego no los ves más.
¿Crees en la existencia de una mirada o una escritura femenina?
Creo que hay una mirada que está ligada a lo femenino, y no necesariamente tiene que estar escrita por una mujer. Hay cierta manera de abordar el detalle o algo sensorial ligado a cómo lo puede sentir una mujer. Hoy en día creo que está más desdibujado ese límite genérico. Hubo muchos hombres que me dijeron que se sintieron identificados con Inés, y eso es normal.
La película me remitió directamente a El rayo verde, de Eric Rohmer. Ambas arrojan una mirada sobre la soledad de una mujer, y mostrarse bien ante todos pese a estar triste.
Hay dos homenajes personales, uno a El rayo verde y otro al mediometraje de Rossellini, Amore, con Ana Magnani que está basado en La voz humana. Para mí son dos referentes a los cuales quiero homenajear muy humildemente. Soy devota de esas dos películas, y de esas dos actrices.
Por último, ¿hiciste muchas cosas tontas por amor?
Algunas he hecho... Sobre todo en relación al teléfono: mirarlo todo el tiempo. Comparto el miedo a la fragilidad de las escenas y a los cambios constantes de todos los humanos y la naturaleza. No fue nada autobiográfico. Todos tenemos miedos a ser dejados, que en realidad es el horror a lo desconocido, el “qué viene después".
E.O.