25 febrero, 2007

MAMUSHKA, por la compañía CIRCO NEGRO

En el terreno donde en los años 20 entrenaban los Nobel se construyó luego una fábrica textil que, abandonada en los noventa, fue adquirida por un descendiente de aquellos cirqueros, Pablo Zarfati, quien la convirtió en el Club de Trapecistas Estrella del Centenario, donde se presenta Mamushka.

Dentro del ancho galpón con luz natural y once metros de altura, que conserva la claraboya original y las huellas de un siglo de historia, se han reunido chicos y grandes, sentados en sillas, sillones y colchones para disfrutar del eterno hechizo del circo. Y esto sucede desde que se oye el Ave María mientras una trapecista se lanza sobre la platea. Luego, sólo con un tubo de luz negra colocado en el suelo el escenario se transforma en un lugar mágico Allí se suceden los cuadros que combinan el uso del piso y el espacio aéreo, con la intención de provocar sensaciones y estados de ánimo.

La música sosegada nos sumerge en otro mundo, en el que el movimiento – llama especialmente la atención el delicado y expresivo trabajo con los brazos y las manos - y el blanco azulado contra el negro crean una belleza de la que todo el público queda prendado. La coreografía grupal da paso a los aros, la acrobacia en las telas y la formación de figuras que destacan sobre un fondo ahora blanco. Luego, el sonido del mar transporta a otro clima y se inicia el juego fascinante de los círculos creados por una suerte de antorchas fluorescentes. Destellos de naranja, rojo y verde en distintos momentos dan color al sortilegio. “Malagueña” impone otro ritmo y otro tono: sobrevuelan el escenario una gran boca y un corazón, mientras los recién casados se despojan de su ropa que flota en el espacio. Inmediatamente, las cintas danzantes parecen moverse solas frente a nuestros ojos.

No falta el payaso, que busca literalmente la otra mitad de su cuerpo, en uno de los pasajes más risueños del espectáculo, en el que se trabaja, como en otros pasajes, con un triángulo suspendido. La distensión se acentúa en cuando suena “Let the sun shine” y todos bailan: no ha habido historia, sino apelación a pura a la sensorialidad y la emoción.
Mariana Sánchez, la directora, ha volcado aquí tanto sus conocimientos de danza, acrobacia, contact y yoga como su experiencia con el circo de la calle en la creación de una obra tejida cuidadosamente, que logra generar un gran placer. La obra dirigida a la vista y al oído, que no ha buscado el impacto sino deleitar con gracia sutil y delicadeza, se completa con el aroma del ritual del que se ha participado.

Clara Ibarzábal

Compañía Circo Negro
Intérpretes: Andrea Bergantino, Florencia Giavedoni, Cecilia Gómez, Gustavo Lecce, Mariela Mafioli, Guadalupe Mauriño, Julieta Miranda, Andrea Silva y Nani Zanata
Cantante: María Teresa Ciarla
Dirección: Mariana Sánchez
Producción general: Pablo Zarfati
Prensa: Pintos&Gamboa


CLUB DE TRAPECISTAS ESTRELLA DEL CENTENARIO
Dirección: Ferrari 252
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfono: 4857-3934
Web: http://www.clubdetrapecistas.com.ar
Entrada: $15,00 / $10,00
Viernes y sábado - 21:30 hs - - domingo - 20:30 hs
Hasta el 29/04/2007

LOS MANSOS, de Alejandro Tantanian

Si el Cristo muerto del pintor Hans Holbein causó un gran impacto en Fedor Dostoievski un mes antes redacción de su novela, Los mansos surge a su vez de la conmoción que El idiota produjo en Alejandro Tantanian. Éste tomó de la narración unos pocos motivos y procedimientos, entre ellos la inserción de la propia biografía en la obra, y se centró en la relación de tres de los personajes: Nastasia (Stella Galazzi), su oscuro pretendiente Rogojin (Luciano Suardi) y el príncipe Myshkin (Nahuel Pérez Biscayart). Cuando se ingresa en el galpón-sala, ya están los actores, con una vestimenta sobria y atemporal, mirando al público desde la altura de una tarima. Pronto se advertirá que apenas quedan huellas del argumento del texto inspirador y que los rasgos y las vidas de los protagonistas se van entremezclando con las anécdotas y vivencias de los intérpretes y el dramaturgo, hasta el punto que se fusionan y confunden.

Así como se desdibujan los límites entre realidad y ficción, se borran las líneas entre una subjetividad y otra. ¿Qué lazo une a estos seres? ¿El amor, la compasión, los celos, el dolor, la soledad? Más que seguir una historia, circunscripta aquí a unas pocas líneas, se producen emociones e intensidades entre los actores y en el público, que presencia una sucesión de cuadros cuya conexión encontrará o no, lo cual parece importar poco. En ciertos momentos, nos sumergimos en los recuerdos de la infancia; en otros, las voces de la escena tocan las grandes preguntas acerca de Dios, el sufrimiento y la muerte y las abren al receptor.

La sala tiene un sabor propio: la larga pared con texturas diferentes frente al espectador, en la que se proyecta la figura del Cristo yacente, y la "caja" de cemento que esconde las piernas – y las escenas más trágicas, como el ataque del príncipe o el crimen de Natasia – tienen una sugerencia enorme en su rusticidad y es bien aprovechado en relación con lo que se pretende mostrar, sugerir o provocar, aunque en unos pocos momentos se pierda la voz de los actores. La luz azulada apenas permite vislumbrar lo que en buena medida el texto, fragmentario y disperso, oculta.


Cabe destacar el flujo de intensidades y las distintas energías con las que trabajan muy bien los intérpretes, que es a lo que más se adhiere el espectador, especialmente si se queda fuera de los discursos o del hilo invisible que une las escenas. La musicalización del director acentúa los tonos y funciona como otra forma de acercamiento más emocional al espectáculo, que habla mucho más de Tantanian y su particular interpretación del texto que de Dostoievski, lo cual está ya expresado tanto en el título como en el subtítulo de la obra. Vale la pena detenerse, al salir en muestra fotográfica de Ernesto Donegana, que documenta el proceso de creación.

Clara Ibarzábal
Autor: Alejandro Tantanian
Actores: Stella Galazzi, Nahuel Pérez Biscayart, Luciano Suardi
Asistente de producción y dirección: Martín Tufró
Diseño gráfico: Gonzalo Martínez
Operación de luces: Cristina Lahet
Asesoramiento en sonido: Turco González
Fotografía: Ernesto Donegana
Iluminación: Jorge Pastorino
Escenografía y vestuario: Oria Puppo
Musicalización y dirección: Alejandro Tantanian
Prensa: Simkin & Franco


EL CAMARIN DE LAS MUSAS
Dirección: Mario Bravo 960Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfono: 4862-0655
Entrada: $15,00 - viernes - 23:15 hs - Hasta el 25/05/2007

Reina hay una sola

“La Reina” es el retrato de Isabel II en los momentos inmediatamente posteriores a la muerte de Lady Di.

La nueva película del director Stephen Frears (Negocios entrañables, Alta Fidelidad) es, antes que nada, una sátira sobre la vida política inglesa. Aquí el ojo está puesto en la relación entre el poder monárquico y el poder ejecutivo. Pero el film confía de lleno en la percepción de Isabel II, dado que es a través de su mirada desde donde decide manifestar la tensión entre esas dos esferas.

Es por eso que era necesario tener la mayor aproximación posible de Isabel II pero sin caer en una parodia o una simple imitación. Helen Mirren supo generar una actuación convincente, que elude el clisé y que produce credibilidad y una empatía directa con el espectador. Si bien el film es satírico, esa naturaleza es mesurada, contenida.

Allá por el 1997 Diana Spencer sufre un mortal accidente con su pareja Dodi Al Fayed. El mundo sigue de cerca este acontecimiento y, tras los preparativos del funeral, los ingleses evalúan la actuación de la familia real. Frears se mete de lleno en la intimidad de la reina con su madre, su marido, y su hijo Felipe. Las decisiones que tomará en ese momento afectarán su reputación. El recién asumido primer ministro Blair entabla, lentamente, una relación con la reina, con miras a que salga a enfrentar al pueblo rindiéndole honor a Lady Di. Se trata de un simple acto de presencia. Pero, claro está, la presencia es la de la reina, motivo que desplaza toda posibilidad de simpleza.

Lo más interesante del film es la cercanía casi vouyerista que entabla con la protagonista. No veremos una sóla lágrima real cuando toma conocimiento del accidente, pero la encontraremos casi en estado de trance cuando (en lo que considero es la mejor escena) se enfrenta a un venado que puede ser cazado. Al fin de cuentas, lo que hay son dos seres vulnerables, en un momento decisivo para sus vidas. Cuando más adelante la reina vea al animal muerto, no vacilará en mandar felicitaciones al cazador, como si antes no la hubiéramos visto desear que el animal se salve.

Si la película pierde progresivamente su interés, es por eludir esa sintonía intimista que consigue en la primera hora para refugiarse en la cotidianidad de Blair, aquí mostrado con total benevolencia. Algunas situaciones pudieron haber ocurrido tal como Frears las muestra, quién sabe… No obstante son poco creíbles, como el momento en el que Blair lava los platos, o cuando pide a los guardaespaldas que no lo llamen Presidente, sino “simplemente Tony”. Es el riesgo de buscar un calco de la realidad, sobre el que el film no siempre sale bien parado.

“La reina” es una película que luce de modo sencillo, pero esa sencillez es tan calculada como la soberbia actuación de Mirren. La banda sonora va a tono con los sentimientos contenidos de la reina, casi nunca establece contrapuntos, más bien “acompaña”. El montaje es notable, teniendo su mayor lucimiento en la reconstrucción del accidente. Sólo algún abuso del material televisivo reduce su eficacia. La reunión de Blair e Isabel al final tiene algo inquietante. Quizás, sea la síntesis de un progresismo que nunca llegó, habrá que ver si alguien se le anima esta vez al Primer Ministro.

Ezequiel Obregón

La reina ( The Queen , Gran Bretaña-Francia-Italia-EE.UU./2006).
Dirección: Stephen Frears.
Intérpretes: Helen Mirren, Michael Sheen, James Cromwell, Sylvia Syms.
Guión: Peter Morgan.
Fotografía: Affonso Beato.
Música: Alexandre Desplat.
Edición: Lucia Zucchetti.

Ojos bien cerrados


“Los ojos del mal” es un rejunte de lugares comunes de películas de terror. La crudeza de algunas escenas no logra superar un guión convencional.


Hubiera sido difícil imaginar un mejor destino para un guión tantas veces visto. Pero de todas maneras hay que decir que el director Gregory Dark se las ingenió para entregar algunas escenas de alto impacto, aunque no haya podido evitar que el monstruo (sobre el cual ya nos explayaremos) corra a las bellas víctimas como ya lo hicieron sus colegas Jason, Freddy, y algunos más… con resultados menos felices, y más previsibles.

La historia se remonta a la atroz crianza de un niño. Su madre le llena la cabeza con cánticos religiosos y enseñanzas morales estrictas. Como resultado de eso, tenemos a un adulto demente, que extirpa a sus víctimas los ojos para “que no puedan ver el mal”.

Eso es lo que descubre un policía al internarse en la casa del victimario, que antes de huir le corta el brazo con un hacha. Algunos años más tarde, el hombre ya rehabilitado (con brazo ortopédico) participa de un programa de reducción de penas. Los beneficiarios son un grupo de jóvenes delincuentes que, para sorpresa de la verosimilitud del espectador, son mayormente bellos y de cuerpos atléticos, como para que puedan correr bien.

Todos ellos son trasladados a un antiguo hotel que espera ser reacondicionado. Deben ponerse a limpiar, bajo la promesa de que saldrán de la cárcel mucho antes de lo previsto. Claro que allí los espera el salvaje psicópata (¡ay!) que no sólo arremeterá contra el policía, sino que también se divertirá con ellos.

Después de “Psicosis” los guionistas vivieron años del complejo de Edipo. Aquí vuelve a aparecer la presencia ominosa de la madre. El film intenta revelar su identidad al final de la historia, lo malo es que nosotros nos demos cuenta ni bien comienza.

El monstruo es interpretado por el luchador Kane que, hay que decirlo, es escalofriante con sólo verlo. Para los amantes de la estética gore, algunas muertes son prodigiosas en sangre e imaginación. Para el resto, en cambio, es mejor esperar el DVD.

Ezequiel Obregón

Los ojos del mal (Estados Unidos/2006).
Dirección: Gregory Dark.
Intérpretes: Glen Jacobs, Christina Vidal, Luke Pegler, Samantha Noble, Michael J. Pagan, Rachael Taylor y Steven Vidler.
Guión: Dan Madigan.
Fotografía: Ben Nott.

En la playa junto al mar

“Playa Marisco” es una comedia de tono liviano, que puede disfrutarse cuando mantiene esa liviandad.


La pareja compuesta por Beatrix y Marc se va de vacaciones con sus hijos a una casa junto al mar. Los conflictos son los esperables en la cotidianidad de una familia tipo. Pero en ese verano cada uno de ellos dará un giro a su vida.

El primero en llamar la atención es el hijo, un adolescente que invita a su amigo gay a pasar el verano. En esa relación tan particular el film encuentra su conflicto más interesante. La conexión con “Krampack” de Cesc Gay es inmediata, sólo que la película también se introduce en las sexualidades de los otros.

Ambos padres ven (o pretenden ver) que entre ellos hay algo más que una amistad. Beatrix tiene un punto de vista desprejuiciado, en tanto que Marc no termina de aprobar esa idea. Intenta mostrarse tan liberal como su esposa, pero en realidad su mirada esconde algo que lo afecta de forma directa, más allá de las elecciones sexuales de su hijo.... Simultáneamente Beatrix es sorprendida por Mathieu, su amante, con el que mantiene encuentros durante todo el día.

La que menos problemas parece tener es la hija, quien al comienzo deja a todos para irse con un motociclista. Pero que haya una integrante menos no hace que la trama sea menos complicada, claro que para eso habría que seguir un par de encuentros más que aquí no revelaremos.

La estética del film (que sólo podrá apreciarse en DVD, y Dios quiera que la copia sea mejor que la que tuvimos en la función de prensa) es tan nítida como el verano mismo. Salvando las distancias, recuerda a la saga de películas en la playa de Eric Rohmer. En ese pasatismo familiar, al fin de cuentas, se producen cambios que bien podrían haber sido el recipiente de un flor de drama. Lo que hace que “Playa Marisco” no pierda su interés es esa liviandad que recorre las situaciones y los diálogos. Llevar esa liviandad al terreno musical no fue la mejor opción, allí se cae en una impostación que va en contra de la fluidez que hay en el resto del metraje.

Estructurada como un vodevil moderno, “Playa Marisco” tiene un formato casi teatral cuando los diálogos acontecen en la casa. La resolución del destino de los personajes es casi utópica, pero pese a eso funciona. En sintonía con la propuesta, las interpretaciones son espontáneas, y a veces emotivas. La que se lleva los laureles es Valeria Bruni Tedeschi, a quien en breve veremos en “Tiempo de vivir”, del francés Francois Ozon.

Ezequiel Obregón


Director: Olivier Ducastel / Jacques Martineau
Cast: Valeria Bruni Tedeschi (“Vida en Pareja”), Jean Marc Barr
Género: Comedia
Duración: 93 min.
Origen: Francia

14 febrero, 2007

DECADENCIA, de Steven Berkoff

Presentada por primera vez en Londres en 1981, dos años después de la llegada de Margaret Thatcher al poder, en Decadencia Berkoff- dramaturgo, actor y director- presenta alternadamente diálogos privados de dos parejas extramatrimoniales, interpretadas por los mismos actores. Los amantes, Steve y Helen, quienes pertenecen a la aristocracia británica, hablan y escenifican su rígida escolaridad, sus noches de ópera y los placeres con los que pretenden evadir su intenso aburrimiento: manjares, bebida, cacerías y aventuras sexuales. Refinados en sus gustos, conversan con procacidad sobre su vida íntima, en tanto expresan su desprecio hacia los obreros, los inmigrantes y los negros. Por su parte, sin abolengo y sin influencias en el poder, Sybil, la esposa de Steve, una poco educada “nueva rica” tiene amoríos con Les, el tosco detective privado con quien ella planea asesinar a su marido, aparentemente sin verdadera intención de llevarlo a cabo. Ambos manifiestan su resentimiento hacia aquella élite indolente que los margina. Lo que se percibe es que ninguno de los cuatro personajes tiene otro propósito más que el de destruir o manipular al prójimo.

En contraste con el desborde manifestado verbalmente, lo saliente de la concepción escénica es el despojamiento. Sólo forma parte del decorado una chaise longue de pana capitoneada granate, sobre o en torno de la cual se desarrollan las situaciones. Los cambios de cuadro están marcados por un simple apagón y el traslado del asiento, que funciona a veces como cama. No hay diferente vestuario ni maquillaje en la representación alternada de seres social y culturalmente opuestos, claramente reconocibles. Berkoff se aleja del realismo no sólo por los mencionados rasgos de teatralidad, sino por el empleo del verso, en el que se mezclan el refinamiento con la grosería, en un tono predominantemente irónico y mordaz. Las réplicas conforman un diálogo formal: cada uno parece estar dirigiendo sus parlamentos más al espectador que a su pareja, que jamás modifica su actitud frente a lo que escucha.

La crítica social del autor se dirige tanto a la élite como a las costumbres y la mentalidad de una clase social promovida por la política y la propaganda neoconservadoras, la de los nuevos ricos, tan crueles como los privilegiados de otras épocas. Berkoff muestra cómo tanto el sujeto de la clase alta como el trabajador están atrapados por los mismos deseos y la misma insatisfacción. Desde su perspectiva, no hay una salida. Y, como señalara el director Rubén Szuchmacher en 1996, la obscenidad no está dada por las malas palabras ni la cruda explicitación de lo sexual (que escandaliza cada vez menos dada su frecuencia), sino por los relatos, por lo que se cuenta de excesivo: lo obsceno es el exceso de dinero y de placer porque implica que otros no lo tengan.

En esta reposición 2007 del espectáculo estrenado en el San Martín, cabe señalar el excelente desempeño de Ingrid Pellicori y Horacio Peña, con una gran ductilidad expresiva tanto corporal como verbal. La música de los “años dorados” y el vestuario sobrio y elegante reflejan con ironía la burbuja en la que viven Steve y Helen y destacan por oposición la violencia de lo que se dice. La luz, blanca y fría, refuerza la negatividad y el cinismo de los personajes, generando distancia con el espectador, quien reconoce en sí mismo y a su alrededor la decadencia que observa.

Clara Ibarzábal


Autor: Steven Berkoff
Traducción: Rafael Spregelburd
Versión: Ingrid Pelicori, Rafael Spregelburd
Intérpretes: Ingrid Pelicori, Horacio Peña
Preparación corporal: Susana Yasán
Realización del vestuario: Alfredo Bologna y Nélida Jiménez de López
Ambientación y Vestuario: Jorge Ferrari
Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova
Musicalización: Edgardo Rudnitzky
Asistente de dirección versión original: Cristian Drut
Dirección: Rubén Szuchmacher
Asistente de escena: Mabel Crescente
Operador de luces. Fernando Berreta
fotografía: Magdalena Viggiani
Diseño gráfico: Mariana Rovito
Prensa: Walter Duche, Alejandro Zárate
Coordinación de producción: Gabriel Cabrera, Paula Travnik

ELKAFKA ESPACIO TEATRAL
Lambaré 866
Teléfono: 4862-5439Entrada: $25,00 / $18,00 - domingo, viernes y sábado - 21:00 hs - Hasta el 04/03/2007

Otra notable puesta de Daniel Veronese

“Teatro para pájaros”, de reciente estreno en el Teatro del Pueblo, reconfirma el talento de Daniel Veronese para armar notables elencos.

Una mujer llama a la puerta del departamento de una joven pareja. Atiende ella. De repente la mujer, que no actúa de forma violenta, se desnuda. La dueña de casa se aleja. Cuando vuelve, no encuentra a nadie. ¿Se ha arrojado desde el balcón? Con este relato comienza “Teatro para pájaros”. Jazmín se lo cuenta a su marido aún temerosa. La fragilidad de su voz expresa el miedo ante lo desconocido, lo imprevisible. Sin ningún tipo de lógica la escena deriva hacia un diálogo entre el marido (Diego Gentile) con su (otra) esposa, Teresa.

De allí en más, la obra se centra en el encuentro entre tres parejas que pertenecen al ambiente teatral. Además de Teresa y Diego, están Gloria y Ricardo, y finalmente se incorporan Antonio y Jazmín, de quien sabremos que tiempo atrás fue pareja de Diego. De esa ruptura temporal se desprenden varios de los sentidos de la obra. La primera escena, de gran contundencia, funciona como una epifanía de un hecho que –verdadero o no- ha conmovido a Jazmín en cuerpo y alma. Eso es precisamente lo que ocurre con los actores, hacedores de “otras” historias cuya existencia es pura y exclusivamente para “otras personas”. En ese extraño contrato reside todo el placer del hecho actoral, sobre el que la obra reflexiona.

Los personajes contarán otras historia, incluso las actuarán para que sus interlocutores las puedan captar mejor. Esto enfatiza la necesidad de los personajes de ser otros, toda una metáfora de la labor actoral.

El peligro de abordar el “teatro dentro del teatro” es quedarse con el artilugio. Por el contrario, “Teatro para pájaros” ahonda en lo más profundo de los deseos de los actores, y lo hace enfrentando a los personajes con sus miedos y debilidades. La hipocresía y la frivolidad del ambiente será el sello de todo el encuentro.

Gloria defiende su actuación en la que, aparentemente, es una obra menor. Para ello apela a un histrionismo poco menos que patético. Frente a su encuentro con los otros, lo que percibimos es que por más que su manera de proceder sea infantil, su amor por la actuación es lo único en lo que puede creer. La obra contrapone esa y otras creencias. ¿Actuar por dinero, por fama? ¿Actuar en el escenario, en la vida misma, para ser reconocidos? ¿Actuar para uno mismo? ¿Actuar para qué?

El tono elegido para la obra siempre está en función del actor, las situaciones pasan de lo dramático a lo cómico, y a veces los diálogos se centran en episodios cotidianos y luego derivan en cuestiones trascendentales. En este caso esta poética actoral se encarriló hacia cierto humor absurdo. Todos los actores están a tono con ese absurdismo, y hay algunos parlamentos de antología, como cuando Jazmín expone el encuentro entre el director de la obra de Teresa y un travesti.

“Teatro para pájaros” es una pieza que no cuenta nada para contarlo todo, que se construye a base de pura deconstrucción, como si fuera una mamushka. Cada cosa que se cuenta, cada gesto que se expone, puede encontrar su sentido en otras instancias. La exposición paródica que hace Veronese del medio no reduce a sus personajes, porque funcionan en tanto a lo que al fin de cuentas son: personajes, artificios de algo mayor denominado teatro. Ese sentido que busca su contexto siempre está en relación con el otro, preparado para ser espectador. ¿Pero qué hacer frente a lo que en apariencias carece de sentido aunque logre conmovernos? Hacia el final de la obra un encuentro decisivo responderá esta pregunta. Ni los pesonajes sabrán si es teatro o no, no obstante a esa altura ya no importa. Como ellos, entendemos que si nos emocionamos, entonces, mejor que ese sentido exista.

Ezequiel Obregón

Dramaturgia: Daniel Veronese
Actuaciones: Paola Barrientos, Lautaro Delgado, Malena Figo, Diego Gentile, Laura López Moyano, Leonardo Saggese
Iluminación: Gonzalo Córdova
Diseño de escenografía: Daniel Veronese
Asistencia de dirección: Tatiana Sandoval
Prensa: Carolina Alfonso
Dirección: Daniel Veronese

TEATRO DEL PUEBLO
Dirección: Av Roque Sáenz Peña 943
Teléfono: 4326-3606 / 4394-2639
Entrada: $20,00 - sábado - 23:30 hs

El tiempo recobrado

Con el estreno de “Cartas desde Iwo Jima” se cierra el díptico iniciado con “La conquista del honor”. Este nuevo film narra el mismo combate, pero desde el punto de vista del bando japonés.

El realizador estadounidense vuelve a sorprendernos con su nuevo film. Tarea difícil si recordamos la rudeza y contundencia que ya exponía en su obra anterior. “Cartas desde Iwo Jima” es más que un reverso. Varios de los aciertos de “La conquista...” vuelven a repetirse, pero es evidente que Eastwood no quiso que eso interfiriera en la visión de esta película. Las escenas bélicas a gran escala no han perdido nada de su fuerza ni verosimilitud, sólo que aquí repercuten en el tiempo presente. Casi a tono con la filosofía oriental, la guerra es mostrada como nunca antes en sus efectos interiores, y la fuga hacia otros tiempos –hay varios flash-backs- sirven para reflejar mejor la angustia que padecen los protagonistas frente a lo inexorable.

La película sigue los duros momentos que enfrentan los combatientes japoneses en torno a la ofensiva norteamericana. Se centra en el grupo integrado por el teniente general Kuribayashi. Si en “La conquista...” Eastwood ponía su aguda mirada en la demagógica construcción de un héroe, aquí muestra el infierno mental de los soldados, producto del patriotismo que han heredado, y que los reduce a meros aparatos al servicio de un proyecto cuasi divino.

Hablada en el idioma original, “Cartas desde Iwo Jima” comienza en la contemporaneidad, cuando un grupo expedicionario encuentra las cartas de los soldados caídos que nunca llegaron a destino. Toda una declaración de principios, lo que deja en claro el director es la impronta revisionista que tendrá el film. Él mismo manifestó recientemente en el festival de Berlín (la película fue presentada fuera de competencia) que este combate casi ni es recordado en las escuelas niponas. Inmediatamente después de esa escena, el film se interna en la intimidad de las tropas. De esta manera, el relato será un rastreo de las penurias de los combatientes. El paroxismo llega cuando varios de ellos deciden suicidarse ante la inminente llegada de los soldados norteamericanos, presionados por un superior. El registro es absolutamente explícito.

Los flash-backs se centran en las esperanzas de quienes luchan. El problema es que no siempre logran integrarse al relato-base que es la guerra, ya sea porque son demasiado extensos o porque resultan redundantes. Conmueven los recuerdos del barón Nishi, sospechado de traidor por ser amigo de Mary Pickford y haber residido en Estados Unidos. También hay varios recuerdos de un soldado que será tomado cautivo, que vuelve una y otra vez a la imagen de su amada embarazada.

“Cartas desde Iwo Jima” es, finalmente, un film de fuerte contemplación, en donde Eastwood se detiene en los efectos de la guerra pero antes de que ésta termine, lo que enfatiza la idea de catástrofe. El rescate final es una síntesis de la misma película, con la que el realizador logra una obra que ve más allá de los buenos y los malos, de las causas justas y las injustas, para meterse de lleno en la percepción de los hombres

E. O.

Dirección: CLINT EASTWOOD
Intérpretes: KEN WATANABLE, KAZUNARI NINOMIYA, TSUYOSHI IHARA, RYO KASE, SHIDOU NAIKAMURA
Guión: PAUL HAGGIS
Producción: ROBERT LORENZ, CLINT EASTWOOD, STEVEN SPIELBERG, JAMES MURAKAMI
Fotografía: TOM STERM
Montaje: JOEL COX
Música: CLINT EASTWOOD
USA, 2006


Lograda adaptación de un best-seller


"Perfume: historia de un asesino” encuentra su potencial cinematográfico en interesantes actuaciones y un excelso diseño de arte.

Desde la aparición de la novela de Patrick Süskind hace más de veinte años, muchas veces se habló de una posible adaptación cinematográfica. Se escucharon los nombres de Jean-Pierre Jeunet, Tim Burton, Martin Scorsese, Jean-Jacques Annaud, Ridley Scott, Milos Forman, y hasta Stanley Kubrick. El tiempo pasó y la tarea recayó sobre Tom Tykwer, el realizador de “Corre lola corre”. Frente a tamaños directores la figura de Tykwer puede parecer menor, pero lo cierto es que ha logrado un trabajo ampliamente digno, apenas opacado por una puesta excesivamente académica sobre algunas escenas que requerían un tratamiento visual más osado.

El film acontece en Francia, hacia la mitad del siglo XVIII, y narra la historia de Jean-Baptiste Grenouille, un niño que nace en medio de la putrefacción de un mercado. Su madre lo pare de pie, dejándolo caer en un piso lleno de pescados. Su primer grito es el que lleva a su insensible progenitora a la horca. En medio de ese ambiente fétido el niño comenzará a desarrollar un sentido del olfato enorme, casi transhumano.

De allí en más, el relato sigue el fortuito destino de Grenouille, quien es percibido con cierta extrañeza por todo su entorno. Es llevado a un orfanato, luego vendido, hasta dar en París con el otrora prestigioso perfumista Giuseppe Baldini (Dustin Hoffman). En esa extraña percepción que tiñe la figura del protagonista, Tykwer encuentra el tono adecuado para contar el film, que oscila entre lo sofisticado y lo pueril, lo cotidiano y lo misterioso.

Cada vez que Grenouille escapa de la vida de alguien, el destino se encargará de eliminarlo, reforzando aquella transhumanidad del personaje. Estas desapariciones que carecen de explicación, pero que tampoco entran a la categoría de lo “realmente imposible”, enfatizan el “misterio-Grenouille”. Afortunadamente ante tamaño personaje, fue decisivo el acierto del casting, que se inclinó sobre el desconocido Ben Whishaw. Su atrapante mirada, su andar pausado pero a la vez contundente, y una serie de matices actorales ajustados al personaje, logran configurar una gran actuación.

Como aprendiz de Baldini, Grenouille encontrará elementos técnicos para crear el más poderoso perfume, aquel que alguna vez rastreó en una bella joven que, como todo lo que pasa entre sus manos, terminó muerta. Ese perfume se compone de 12 medidas justas de diferentes fragancias, que el personaje sabrá extraer de otras tantas mujeres vírgenes, necesariamente muertas. La puesta en escena ha resuelto con economía de recursos y originalidad esa percepción fascinante que atrae al personaje hacia su propia perdición. Resulta muy efectiva la escena en la que la cámara se desplaza sobre los objetos que el joven Grenouille capta gracias a su olfato. La voz en off pertenece a John Hurt, y por fortuna no es ni redundante ni denota en exceso el origen literario de la trama. Por el contrario, refuerza la visión enigmática sobre el personaje, dado que lo distancia aún más del espectador.

Por obra y gracia del orden natural, el personaje descubrirá su incapacidad para transmitir olor. Jean-Baptiste es producto de su propia obsesión: la búsquedad de aquello de lo que carece, al mismo tiempo la puesta en acto de su singularidad. Por eso su criminalidad es a-moral, sus actos responden a su naturaleza ajena a la de los otros. Una vez que encuentra su objetivo no existe felicidad alguna, porque la felicidad como la ha visto es un producto cultural, y sus necesidades son tan íntimas que le resultan inaccesibles.

Si el film decae en algún momento, lo hace hacia el final, cuando lo que debió haber sido una monumental escena orgiástica carece de ingenio narrativo. El desafío de hacer un film atrapante y de notable factura téncica, pero a la vez que logre transmitir toda la sensualidad y el misterio de una historia que excede el acontecimiento e ingresa en el terreno metafísico, ha sido cumplido.

No será un Paloma Picasso, pero...

E.O.



Dirección: Tom Tykwer.
Países: Alemania, Francia y España. Año: 2006.
Duración: 147 min.
Actuaciones: Ben Whishaw (Jean-Baptiste Grenouille), Alan Rickman (Antoine Richis), Rachel Hurd-Wood (Laura Richis), Dustin Hoffman (Giuseppe Baldini), entre otros.
Guión: Andrew Birkin, Bernd Eichinger y Tom Tykwer; basado en la novela "El perfume" de Patrick Süskind.
Producción: Bernd Eichinger.
Música: Tom Tykwer, Reinhold Heil y Johnny Klimek.
Fotografía: Frank Griebe.
Montaje: Alexander Berner.
Diseño de producción: Uli Hanisch.
Vestuario: Pierre-Yves Gayraud.

Dos notables actrices, en el recuerdo

En los últimos días la muerte de dos talentosas actrices ha conmocionado al medio artístico. Se trata de Beatriz Thibaudin y Alicia Bruzzo.

Thibaudin falleció el 7 de febrero a los 79 años. De amplia trayectoria teatral, la actriz logró ser reconocida masivamente a través de sus últimos trabajos para televisión y cine. En tele se destacó en “Mi cuñado”, “Hombres de ley”, y “Primicias”. Pero el público masivo la identificará aún más por su papel de madre del personaje de Diego Peretti en la serie “Los simuladores”. En cine tuvo pequeños papeles en films como “La historia oficial” y “La amiga”, y fue premiada por su magnífica actuación en el film de 2002 “Tan de repente”, alcanzando premios en los festivales de La Habana y Biarritz. De sus trabajos en teatro, es imposible no recordar sus papeles en “Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack” o “Squash, escenas de la vida de un actor”.

Bruzzo falleció ayer a causa de un cáncer de pulmón. Desde una intoxicación con propóleo en 1992, su salud se mantuvo en un estado de fragilidad. Tenía 51 años, y dejó una sólida carrera en todos los medios. En el cine, se recuerdan sus participaciones en “La isla”, “La venganza del Beto Sánchez”, y “Pasajeros de una pesadilla”, si bien participó en 17 películas. La televisión le permitió asumir diversos personajes, y así demostró toda su versatilidad. Actuó en la primera versión de “El Rafa”, y fue común verla en prestigiosos ciclos como “Atreverse” y “Alta comedia”, por la que obtuvo dos premios Martín Fierro. Su último trabajo fue “El deseo”. En sus últimos años se dedicó a la pintura.

Desde este espacio, les rendimos nuestro homenaje.

09 febrero, 2007

Crónica de una muerte anunciada


La nueva puesta de “Muerte de un Viajante” de Arthur Miller a cargo de Rubén Szuchmacher permite el lucimiento del numeroso elenco.


Como lo anuncia el director en el programa de mano, el personaje Willy Loman es por sí mismo un clásico, como lo es el Galielo Galilei de Brecht, o la Blanche du Bois de Tennesse Williams. Nunca antes un personaje había expresado todo el oprobio y la desilusión que podía significar el no cumplimiento del “sueño americano”. Cada puesta de “Muerte de un viajante” exige necesariamente una sólida interpretación de Loman, y el desafío es impregnar al personaje con matices que al mismo tiempo singularicen la actuación. De más está decir que Alfredo Alcón entrega nuevamente un formidable trabajo. Su andar corvo, su débil balbucear, exceden el patetismo y ofrecen una mirada tierna sobre el personaje, que deambula entre el límite de la cordura y la locura.

Willy Loman está a punto de perderlo todo. En su trabajo de viajante no encuentra el rédito económico de anteriores épocas. Su verborragia ya no entusiasma a nadie, porque en verdad no queda registro de aquellos tiempos, casi una promesa que más que enorgullecerlo le pesa mucho. Está a punto de cancelar el pago de la hipoteca de su casa, en la cual vive junto a su mujer, su hijo Happy, y su otro hijo recién llegado, Biff. Su rutina comienza a incluir aparentes accidentes, que en verdad ocultan la necesidad de un seguro de vida que sostenga a la familia.

Desde lo escenográfico, de diseño minimalista, el director hizo foco en el espacio mental de Loman, que dialoga con los fantasmas de un pasado que parecía más promisorio. En ese espacio aparecen su vecino, el hijo nerd de éste (que proporciona una visión satírica y ajustada del americano medio que logra un mejor destino), su hermano, entre otros. Muchas preguntas hará Loman en el camino hacia su perdición, y cada respuesta respalda el sistema en el que él mismo depositó una confianza ciega. Su ridícula idealización sobre los hijos esconde su necesidad de trascendencia. Pero ninguno de ellos logra afrontar la vida con seguridad, y su esposa sólo puede mirarlos, a la distancia.

A Miller siempre le interesó el desajuste del sistema para poder denunciar las injusticias de su país. Pero lo notable de su dramaturgia radica en la habilidad de fusionar lo individual y lo social, lo íntimo y lo privado. En “Panorama desde el puente” la corrosión de la familia y el incesto servían para demarcar la impureza con la que se veían a los inmigrantes.

La confianza puesta en Alcón no desentona frente al resto del elenco, por el contrario, lo eleva. Esto no funcionaba de la misma manera en Enrique IV, bajo la dirección del mismo Szuchmacher, hace un par de años. Se destacan María Onetto, Luciano Cáceres (que con su andar bobalicón parodia los modismos del joven norteamericano), Javier Lorenzo, y Roberto Castro.

Ezequiel Obregón

Autor: Arthur Miller
Versión:
Federico González del Pino, Fernando Masllorens
Actuaciones:
Alfredo Alcón, Carlos Bermejo, Luciano Cáceres, Pablo Caramelo, Roberto Castro, Francisco Civit, Javier Lorenzo, María Onetto, Diego Peretti, Mónica Santibañez
Diseño de vestuario y de escenografía:
Jorge Ferrari
Diseño de luces:
Gonzalo Córdova
Asistencia de dirección:
Betty Couceiro
Producción ejecutiva:
Jonathan Goransky
Producción:
Pablo Kompel, Adrián Suar
Dirección de Producción:
Ariel Stolier
Dirección:
Rubén Szuchmacher

PASEO LA PLAZA
Dirección: Av Corrientes 1660
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfono: 6320-5350

La verdad detrás de la caperuza

Sin ser un film sobresaliente en cuanto a lo técnico, “La verdadera historia de Caperucita Roja” entrega 80 minutos de amplia comicidad y un guión que elude los clisés del último cine para niños.


El calificativo “artesanal” ha servido desde siempre para clasificar aquello que se produce con cánones tradicionales, algo a la deriva de las nuevas tecnologías o pautas de producción. Así se concibió “La verdadera historia de Caperucita Roja”, aunque se trate de un film hecho con tecnología 3D. Pero, desde luego, si comparamos su presupuesto con los costos con los que se hizo toda la saga de Shrek, la cifra es mucho menor. Lo notable es cómo la compañía Kambar convirtió a la carencia en virtud, e hizo un film inteligente, amable, y de un humor efectivo que se aleja de todos los guiños (amén de la posmodernidad) que suelen sobreabundar en las películas animadas.


La historia de Caperucita Roja (aquí Roja, a secas) es conocida por todos. Lo que el guión escrito por los hermanos Edwards y Tony Leech hace es justamente una revisión de su argumento. ¿Qué hubiera pasado si la abuela, lejos de ser una pobre viejita, hubiera sido una amante de los deportes extremos? ¿O si el lobo feroz fuera, en verdad, más manso que un tierno gatito? El guión duplica su audacia al contar la “verdadera historia” desde el punto de vista de todos los implicados. Y lo hace con gracia y un toque de “suspense”, dado que la excusa para hacer esa deconstrucción recae sobre el robo de recetarios. El encargado de conducir la investigación es un sofisticado sapo a la Sherlock Holmes. Hasta la película funciona en ese sentido: como un policial, en exceso clásico, pero policial al fin.

El diseño de la imagen no será de lo más sorprendente, pero sí posee un estilo propio. Al ver la película es imposible no recordar toda la iconografía de los libros de cuentos infantiles que leíamos cuando niños. El film sólo decae en las escenas musicales, demasiado extensas y alejadas del espíritu irónico que posee. Tampoco ayuda el doblaje con voces mexicanas, que nos distancian de los trabajos de Glenn Close o Anne Hathaway. No obstante, es una apuesta para tener en cuenta y disfrutar a todas las edades.

Ezequiel Obregón


Titulo original: Hoodwinked! Género: Animación computarizada Dirección: Cory Edwards, Todd Edwards, Tony Leech Guión: Cory Edwards, Todd Edwards, Tony Leech Música: John Mark Painter Montaje: Tony Leech Origen: Estados Unidos (2005)

Film apenas correcto con buenas interpretaciones

“Diamante de Sangre” transcurre en Sierra Leona, y muestra la relación entre un mercenario interpretado por Leonardo di Caprio, un pescador tomado prisionero, y una corresponsal norteamericana. Si bien el film es en exceso políticamente correcto, mantiene la tensión de comienzo a fin.


La nueva película de Edward Zwick refleja un duro conflicto a través de los puntos de vista de dos hombres. Danny Archer (Leonardo Di Caprio) es un mercenario de Zimbabwe que se siente ajeno a lo que ocurre a su alrededor. Vive en medio de una guerra civil desatada por el control del tráfico de diamantes, pero pese a ello tiene una mirada cínica sobre la realidad. No logra comprometerse emocionalmente con nada, para él no hay diferencias entre el bien o el mal: se trata de sobrevivir. De pronto se topa con Solomon Vandy, un pescador que fue tomado cautivo y alejado de su familia. Es agrupado con muchos hombres más para trabajar en la búsqueda de diamantes. Un día encuentra uno particularmente grande, y aún a costa de arriesgar su vida, decide ocultarlo, pues en ese diamante está la posibilidad de reencontrarse con su familia. De pronto se cruza con Archer, quien promete ayudarlo en su búsqueda sólo si le revela el lugar en donde enterró el diamante.

Al dúo protagónico se agrega la mirada de Maddy Bowen (Jennifer Connelly), una periodista norteamericana que investiga el contrabando de diamantes. El film deja en claro que es la única que puede ofrecer una versión más ajustada de la realidad, por estar comprometida emocionalmente con los acontecimientos, pero a la vez con una mirada profesional. Danny intenta seducirla y ella lo utiliza para hacer algo más que un informe de guerra. Ella necesita conocer la verdad a fondo.

El film no logra nunca funcionar desde lo político. Que la periodista sea norteamericana, resulta lo menos políticamente correcto frente a ciertos parlamentos altisonantes, y la resolución sobre el personaje de Di Caprio, que pasa de ser un cínico a un mártir.

Sobre la línea argumental de la búsqueda del diamante, Zwick ha podido desarrollar un buen manejo del suspenso. Las tomas son contundentes, pero hay algunos excesos que no agregan nada, como por ejemplo la secuencia en la que le cortan los brazos a quienes no son elegidos para buscar los diamantes. Otras veces el film cae en el mero artilugio audiovisual. El entrenamiento y lavaje de cabeza que hacen los represores con los niños, merecía algo más que ser un extenso video clip. Este tipo de tratamiento audiovisual efectista (en donde “Ciudad de Dios” es un paradigma) suele ser aplicado por Hollywood a la hora de mostrar territorios exóticos inmersos en conflictos bélicos. No obstante, las casi dos horas y media de “Diamante de sangre” mantienen la tensión.

Otro problema que no puede eludir el film es cierta carencia de verosimilitud. No es creíble que en medio de los estallidos los dos protagonistas se paren para dialogar. O que frente al carisma de Maddy los soldados pierdan toda su rudeza. Más allá de esto, la fuerza que emana del conflicto de la pérdida de la familia es tan potente que “Diamante de sangre” logra funcionar en torno a él. Djimon Hounsou lleva su personaje con excesivo histrionismo, pero a la vez le aporta credibilidad y emoción. Pero cuando el film termina y aparece un cartel que anuncia “que Sierra Leona está en paz” nos queda una sensación muy distinta...

Ezequiel Obregón

Titulo original: Blood diamond
Dirección : Edward Zwick
País: USA
Año: 2006
Elenco: Leonardo DiCaprio (Danny Archer), Djimon Hounsou (Solomon Vandy), Jennifer Connelly (Maddy Bowen), Michael Sheen (Simmons), Kagiso Kuypers (Dia)
Guión: Charles Leavitt
Duración: 139 minutos

ESPÍA A UNA MUJER QUE SE MATA

“Hay una frase que me acompaña desde hace tiempo que me resulta muy chejoviana: un hombre que se ahoga espía a una mujer que se mata. La primera mitad de esta frase me sirvió para titular la versión de Las tres hermanas y la segunda, pensé en usarla para ésta”.
DANIEL VERONESE


La finca de Serebriakóv se reduce en el escenario a dos paredes descoloridas en ángulo, una ventana hacia la cocina, un pasillo que se insinúa, tres sillas viejas y una mesita cuadrada. Espía a una mujer que se mata no necesita una escenografía distinta de la de Mujeres soñaron caballos y se inicia con una variante de la situación final de aquella obra: Sonia, desesperada, con un révolver en la mano, habla con su padre, quien logra finalmente tomar el arma. Pronto, los otros personajes se amontonan en un espacio reducido y sus palabras se entremezclan; poco a poco, se va desplegando el universo chejoviano de seres que esperan indefinidamente y aman lo imposible, sin necesidad de jardín, sala, samovar o trajes de época.

En esta agudo trabajo dramatúrgico sobre Tío Vania, estrenada en el Teatro de Arte en 1899, están ausentes los soliloquios, convertidos en diálogos, y las repeticiones innecesarias para el receptor actual. Además, Veronese inserta textos de Stanislavski y Ostrosvky, en tanto a modo de juego, Astrov y Vania representan anacrónicos (aunque muy oportunos) fragmentos de Las criadas de Jean Genet. Así se desnuda los artificios del teatro y se reflexiona con cierta ironía -desde el texto y desde las decisiones de puesta- acerca de él, al tiempo que se refuerza la ilusión del espectador, involucrado en lo que acontece en el escenario.

La síntesis espacial potencia la intensidad de las situaciones, que reflejan la angustia, las expectativas y los fracasos de los personajes. Pero el director no olvida que el autor ruso escribió una comedia – luego vendrían Las tres hermanas y El jardín de los cerezos- y ése es el tono, el nervio y el ritmo que le imprime, alejándose de la melancolía y solemnidad con la que se suele abordar a Chéjov, quien sigue hablando aquí de personas que buscan una felicidad que les es vedada. Por otra parte, la gracia no despoja de tragicidad a esos seres de los que se dice que llevan en sí la semilla de la destrucción, mientras se comenta que es “un tiempo lindo para matarse”.

El cuidado movimiento del conjunto de los actores en un sitio tan pequeño permite observar alternativamente a los distintos personajes, gracias también a la ajustada iluminación. No hay aquí música que ambiente la acción o acentúe climas, basta el desempeño de los intérpretes que se lucen en distintos momentos: la madre (Marta Lubos), crítica de su hijo y admiradora incondicional del profesor; el sensible Teleguin (aquí una mujer, Silvina Sabater); el vanidoso Serebriakóv (Fernando Llosa) y su joven esposa Elena (Julieta Vallina); el médico idealista, Astrov (Claudio Quinteros) y la cándida Sonia (María Figueras). Encarnado con enorme riqueza de matices por Osmar Nuñez, mordaz y sufriente, el tío Vania sabe que no vivir la vida es inmoral, pero está incapacitado para disfrutarla . Tras la devastación que ha significado el paso del dueño de la finca y su bellísima mujer, sólo le resta aguardar con esperanza el descanso, como dice su sobrina.

Clara Ibarzábal


Sobre Tío Vania de Antón Chéjov
Actúan: María Figueras, Fernando Llosa, Marta Lubos, Osmar Nuñez, Claudio Quinteros, Silvina Sabater, Julieta Vallina
Diseño de escenografía: Daniel Veronese
Diseño gráfico: Gonzalo Martínez
Asistencia de dirección: Felicitas Luna
Prensa: Walter Duche, Alejandro Zárate
Producción ejecutiva: Sebastián Blutrach
Dirección: Daniel Veronese


EL CAMARIN DE LAS MUSAS
Mario Bravo 960
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfono: 4862-0655
Entrada: $22,00 / $15,00 - jueves, viernes y sábado - 21:00 hs

Bailando por un sueño

La nueva película del realizador Bill Condon (Dioses y Monstruos) muestra la turbulenta carrera musical de un trío llamado The Dreamgirls. Lo mejor del film es introducirnos en el centro de la producción de grupos de cantantes negros hacia finales de los 60’.



Basada en un exitoso musical de Broadway (como Chicago, adaptada por Condon) “The dreamgirls” aborda el trasfondo del mundo musical de los negros, en donde se privilegia la imagen casi siempre en detrimento de la calidad. Toma como punto de partida la relación entre Diana Ross y Florence Ballard, ambas integrantes de la banda The supremes. Como en ese caso, en el film asistimos al desplazamiento de Effie (Jennifer Hudson) en beneficio de Denna (Beyoncé Knowles), poseedora de una menor calidad vocal pero con una mejor figura. Ese mismo desplazamiento (dicen) que fue padecido por Ballard, quien tras ser reemplazada por otra cantante cayó en un pozo depresivo y murió en 1976. En el film, el tercer lugar queda ocupado por Lorrell (Anika Noni Rose).

En el primer tramo de la película la atención se centra en cómo las jóvenes amigas intentan consolidarse profesionalmente. Todo comienza en un concurso de nuevos talentos, en donde ya pueden observarse la envidia, la ansiedad, y la competencia que regirá el destino de las integrantes del grupo. Descubiertas por el ambicioso manager Curtis Taylor (Jamie Foxx) conocerán el ascenso al mundo de la fama.

Una vez que Effie es alejada del grupo, la película se interesa por las artistas de forma más individual. Quien queda desdibujada es Lorrell, pareja de James “Thunder” Early, el cantante que las tuvo como coristas al inicio de sus carreras. La historia sentimental entre ambos es clandestina, por ser una relación de amantes. Eddie Murphy sorprende en su interpretación de Early, un rebelde de la música adicto a la cocaína que representa al artista que se siente original y sobresaliente, pero no encuentra quien lo entienda. La historia (la extramatrimonial y la de su adicción) ya ha sido contada varias veces, y aquí queda disminuída frente al conflicto entre Denna y Effie.

El tratamiento estético es lo suficientemente efectivo como para reflejar la psicodelia de la época. Transversalmente, el guión muestra algunos hechos de una etapa de la historia de Estados Unidos conflictiva para los grupos étnicos minoritarios. La fotografía ofrece una paleta de colores estridentes, y el montaje –plagado de “barridos”- da la idea de compartir ese vértigo que viven las tres artistas en la búsqueda por el reconocimiento. El problema principal es que la mirada sobre los episodios relacionados con lo social (la discriminación hacia los negros, por ejemplo) dejan cierta sensación de superficialidad. Por el contrario, hay una escena muy bien resulta que pone en evidencia el maltrato hacia la comunidad negra. Ocurre cuando las “soñadoras” son plagiadas, y lo que era un ritmo de poderosa fuerza negra deviene en una bobalicona melodía interpretada por cantantes blancos en un show de TV. Allí la película pone en imagen lo que pudo expresar en palabras, como lo hace en otros casos.

El musical tradicionalmente encuentra dos posibilidades muy concretas: hacer uso de las coreografías dentro de lo cotidiano de la historia, o mostrarlas como un espectáculo, tal como las concebimos en el mundo real. “Las soñadoras” deambula por ambas opciones, pero cuando se inclina por la primera se vuelve una obra osada, llevando al paroxismo las situaciones melodramáticas. Allí encuentro lo mejor del film, en donde los protagonistas lucen todo su caudal vocal. Quien se destaca es Jennifer Hudson, participante del programa American Idol, el personaje con mayor dimensión en una película que, pese a sus defectos, se disfruta de comienzo a fin.

Ezequiel Obregón
Título: Soñadoras, Dreamgirls (Dreamgirls)
Dirección: Bill Condon
Elenco: Beyonce Knowles, Eddie Murphy, Jamie Foxx y Jennifer Hudson
Calificación: SAM 13
Duración: 129 min

04 febrero, 2007

Matar o morir

En su tercer largometraje como realizador, Mel Gibson aún manifiesta su fascinación por la extrema violencia. Si en “La pasión” esa violencia y el sufrimiento que generaba en el héroe (Jesucristo) enaltecían la figura de la resurrección, en “Apocalypto” implica la supervivencia de un orden, ya sea familiar o comunal. No hay una continuidad entre la vida y la muerte, la compensación del héroe se dará dentro de los límites de la vida.

La premisa es que el imperio Maya no estaba en su más próspera etapa cuando llegaron los conquistadores. Más allá de los debates históricos que suscitó la mirada de Gibson, la historia le sirvió de marco perfecto para lo que el film en verdad narra en detalle, que es la lucha del nativo Garra de Jaguar por sobrevivir a un grupo de mayas que irrumpe en su tribu. La finalidad es tomar a los hombres más fuertes y ofrecer sus sacrificios a los dioses. Previamente asesinarán a unos cuantos y violarán a las mujeres sin compasión alguna. Si en la secuencia inicial (filmada con todo el nervio que no decae hasta llegado el momento de los sacrificios) la caza del jabalí abundaba en ferocidad, lo que Gibson muestra en la ofensiva inicial es puro exceso.

La idea del realizador era buscar un verosímil hiperrealista, inscripta en su decisión de filmar la película con el dialecto original. Las escenas de mutilaciones son funcionales a esa idea. De cualquier forma, llega un punto en el cual el espectador se pregunta qué agrega una decapitación más si, al fin de cuentas, a esa altura ya sabemos que algunos mayas eran feroces.

Lo más interesante de “Apocalipto” es asistir a la odisea de Garra de Jaguar. El guión duplica el suspenso cuando el nativo deja a su mujer y a su hijo dentro de un pozo para mantenerlos a salvo. Pero una vez que el hombre es tomado cautivo, quedan a merced de las fieras que circundan el lugar. Para colmo, la mujer está embarazada, lo cual, si bien roza la sensiblería y el golpe bajo, no deja de aumentar la ansiedad del espectador.

En contraposición a la tragedia familiar, las ambientación y el clima en torno al sacrificio de los cautivos es sumamente acertada. Amplias tomas panorámicas, planos secuencias que generan mayor tensión, y algunos primeros planos que muestran la euforia de los mayas, resultan escalofriantes. Pero en determinado momento, como apuntamos, los excesos no agregan nada, y la espera se hace más interminable de lo necesario, y aquel in crescendo iniciado tras la huída de Garra de Jaguar queda debilitado.

“Matar o morir”, pareciera ser el axioma con el que Gibson pensó su film. Lo cierto es que la mayoría de errores que tiene “Apocalypto” ya estaban presentes en sus obras anteriores. Habrá que esperar un cuarto film para ver si Gibson puede pasar de lo explícito a algo más significativo.

Ezequiel Obregón

Apocalypto
Dirección: Mel Gibson.
Intérpretes: Rudy Youngblood, Dalia Hernández,
Jonathan Brewer, Morris Birdyellowhead, Carlos Emilio Báez,
Amilcar Ramírez, Israel Contreras e Israel Ríos.
Guión: Mel Gibson y Farhad Safinia.
Fotografía: Dean Semler. Música: James Horner.
Edición: Kevin Stitt y John Wright.

Notable espectáculo de la compañía La arena

Re-estrenado en el auditorio Buenos Aires del Bs. As. Design, “Sanos y Salvos” ofrece una mejor perspectiva para disfrutar de la habilidad de sus acróbatas. La cercanía con el espectador se redujo, si bien la puesta es la misma que se vio en la apertura de la Ciudad Cultural Konex, exactamente hace un año.


Sin alcanzar la unidad estilística y temática lograda con el magnífico espectáculo “Fulanos”, en esta oportunidad la compañía dirigida por Gerardo Hochman entrega una mayor sofisticación en los cuadros acrobáticos. Afortunadamente, esa perfección puesta en la destreza física, sobresaliente en la performance de la trapecista y el equilibrista, no va en detrimentro de la gracia de los acróbatas. Todos los movimientos grupales han sido coreografiados sin perder la espontaneidad del espíritu circense.

En esta oportunidad Hochman optó por incluir una orquesta en vivo, que ambienta, acompaña, y enfatiza los movimientos. La partitura pertenece a Omar Giammarco, y es interpretada por un quinteto compuesto por violín, cello, bandoneón, vientos y percusión. Inteligente elección del director, la banda sonora es un espectáculo aparte. Remite a la tradicional música circense y a la música de los balcanes, pero algún que otro acorde tiene algo tanguero, enfatizando así la identidad del grupo. La orquesta también se articula gestualmente con el elenco, haciendo que todo luzca más integrado.

Párrafo aparte merece la inclusión del clown Mariano Carneiro. Si el espectáculo funciona como una metáfora de la sanidad y la confianza en el otro para poner las propias aptitudes a prueba, el clown enfatiza la idea de individualidad, de obsesión sobre una cosa. Carneiro supo apropiarse de un lenguaje gestual histriónico y muy cómico. La empatía con el espectador es inmediata. Su integración con los otros se dará a medida que avance el espectáculo.

Alejado de las pautas circenses tradicionales (no hay ni animales ni payasos con narices rojas), “Sanos y salvos” es una buena oportunidad para apreciar toda la entrega de un grupo de jóvenes acróbatas/actores/bailarines. Claro que para eso habrá que ser ágil, dejarse guiar, y prepararse para mirar a los costados, hacia abajo, y, por supuesto, bien arriba.

Ezequiel Obregón

Idea: Gerardo Hochman
Acróbatas / Malabaristas: Lucio Baglivo, Mariano Carneiro,
Carolina Della Negra, Lorena Diaz, Virginia Molina, Luciana Mosca,
Rodrigo Oses, Matías Plaul, Ernesto Terry, Florencia Valeri
Músicos: Pablo Bronzini, Luis Rodrigo Díaz Muñiz, Nicolás Santamarina,
Manuela Weler, Delfina Zorraquin
Vestuario: Minina Fund, Laura Molina
Escenografía: Duilio Della Pittima
Iluminación: Gonzalo Córdova
Música: Omar Giammarco
Producción general: Minina Fund
Director musical: Omar Giammarco
irección: Gerardo Hochman

AUDITORIO BUENOS AIRES
Dirección: Av. Pueyrredón 2501 2º piso y Av. Del Libertador
Entrada: $40,00 / $35,00 - domingo, jueves, viernes y sábado - 21:00 hs

Manifiesto de niños

Si el teatro se caracteriza por la cercanía, la inmediatez, el contacto directo entre actores y espectadores, “Manifiesto de niños” nos recuerda una vez más que toda caracterización es provisora, que los esencialismos pasaron de moda y que el Periférico de Objetos hizo su nombre a fuerza de desafiar las sucesivas nociones de teatro y de sorprender al espectador. Pero esta caracterización también es provisoria, y “Manifiesto de niños” también nos recordará ese triste presentimiento de que ya nada puede sorprender. Mejor, vayamos por partes.

La inmediatez del teatro es desafiada por paredes. Por una habitación dentro de la sala con ventanas pequeñas por las que puede verse, no sin cierta dificultad, a los tres actores, Maricel Álvarez, Blas Arrese Igor y Emilio García Wehbi. Allí jugarán, lucharán, sufrirán, generando un (oscuro) mundo infantil coherente con parte de la obra plástica de Wehbi. Esos vejados muñecos antiguos, nostálgicos, macabros, inocentes, impactantes, cuestionadores. El cruce entre el horror del mundo y la infancia y la inocencia perdidas.

El punto álgido del manifiesto: nombres, imágenes, ponerle cara a los niños muertos, unificar la violencia que la humanidad ejerce contra la infancia de distintas formas en un solo llamado de atención. Una apuesta que concientemente se arriesga al tedio por una buena causa y sale victoriosa por la fuerza de una realidad dolorosa que no podríamos pedir no ver. Una pregunta: ¿podrá llegar este llamado a quienes más necesitan escucharlo?

La sala esta rodeada de sillas, pero ninguna ubicación permite una apreciación completa del espectáculo. Sobre las cuatro paredes, pantallas. En todas, imágenes y sonidos diferentes. Hay que caminar, dar vueltas, y aún así, siempre nos perdemos lo que queda al otro lado. Una interesante manera de obligar al espectador a hacerse cargo de esa dura realidad teatral y potenciarla: siempre debemos elegir lo que vemos.

Una constante en las producciones de quienes integran este espectáculo, las cámaras y los micrófonos ya han prácticamente ganado la escena. Las cámaras nos acercan a eso que se nos ha retaceado, a los actores, a eso que está cerca y se ha alejado, pero al mismo tiempo, los alejan más. Es la fuerza de la mediatización. Luego de comprobar que los actores realmente están ahí, mirar hacia adentro por la ventana se hace prescindible. El gran apoyo del espectáculo está en los efectos logrados por medio de las imágenes y su combinación.

Más cercana a “Bambiland” que a “Espía a una mujer que se mata”, y con cierta recurrencia de elementos temáticos y estilísticos, “Manifiesto de niños” es una nueva muestra de las formas que un teatro explícitamente político puede tener hoy.

Pamela Brownell


Ficha técnica:
Intérpretes: Maricel Alvarez, Blas Arrese Igor, Emilio García Wehbi
Voz en Off: Horacio Gonzalez
Máscaras: Alejandra Farley
Diseño de maquillaje: Marcelo Martinez
Realización escenográfica: Ariel Vaccaro
Realización de muñecos: Alejandra Farley
Video: Philippe Basté

Mediocre film basado en una historia real

Se acerca la temporada de los Oscars, y como ocurre año tras año, es previsible el aterrizaje a la cartelera porteña de esos films que aspiran –por sobre todas los ternas- a obtener el premio al mejor actor. Casi siempre se trata de películas basadas en historias reales. Uno se sienta y cuando aparece el cartelito “based on a true story” no es difícil intuir lo que nos espera... La fórmula da éxito. Casi siempre el personaje en cuestión pertenece a una clase social baja, o tiene algún otro rasgo –sexual, racial, etc.- que lo hace más particular. Es la misma fórmula que hizo que Charlize Theron ganara la tan preciada estatuilla por “Monster”.
Pues bien, estamos frente a un nuevo ejemplo que lleva la fórmula al paroxismo. El protagonista es negro, pobre, y de vida matrimonial y sexual poco feliz. Pero es un genio. La película lo pone en evidencia cuando hace que uno de esos cubos mágicos tan en boga en los ’80 tenga cada uno de sus lados con un sólo color. Este prodigio es el que le da el empujón para que llegue a la tan mentada felicidad del título, que no es otra cosa (¡y lo dice la voz en off!) que llegar a ser corredor de la bolsa. Así de pueril, maniqueísta y simplista es la película que puede hacer que Will Smith este año gane el Oscar.

Esta clase de films intenta justificar cada golpe bajo haciéndole saber al espectador que “esto ocurrió de verdad”. Lo cierto es que cada vez que un hecho de la vida real es utilizado para hacer una película, inexorablemente se pasa al bando de la ficción. Las reglas/modos/puntos de vista que hacen que el hecho sea abordable en la vida real (para algo están la sociología y la psicología) quedan caducos en el celuloide. Claro está que a veces esos hechos son enaltecidos, pero no por el simple hecho de haber sido transformados en películas, sino por la obra de algún buen director que ve en ellos un potencial cinematográfico. Ahí lo tienen al veterano Clint Eastwood, haciendo una revisión de uno de los más célebres episodios bélicos en la reciente “La conquista del honor” y la inminente “Cartas desde Iwo Jima”.

Aquí asistimos a la odisea de Chris Gardner en pleno gobierno de Reagan. Como ya dijimos, la película muestra el trecho que lo separa de la miseria hacia la prosperidad. Lo poco creíble es que en medio de esa búsqueda cada ser humano que se ponga en el camino de Chris sea un oportunista, o un ladrón, o un insensible. Casi siempre la estrategia utilizada por el director italiano Gabriele Muccino es mostrar las penurias que resultan del intento del pobre hombre por vender los scanners médicos en los que depositó tanta fé. Will Smith se la pasa corriendo de un lado a otro con esos aparatejos en sus manos, y en esos momentos el film entrega una leve brisa. Sin estallar en comicidad, son secuencias que le dan al relato la calidez que el resto del metraje no tiene. Las relaciones del héroe para con los otros personajes son por demás poco auspicantes. A saber: la mujer lo abandona a él y a su hijo (en la vida real el propio hijo de Smith), los homeless son poco amables, y los hippies ni hablar... Pero en este sueño americano siempre hay un reverso que justifique las penurias. Y allí están las cabezas de Wall Street, todos señores rechonchos y de sonrisas amplias. Yuppies, le dicen. El excelente film de Marrie Harron “American Psicho” se ocupaba mejor de ellos.

Lo más triste es la liviandad con la que el film muestra una época en la cual los que realmente la pasaban mal no tenían tantas oportunidades como Gardner, por más increíble que sea su historia. En una escena el pobre hombre se toma un taxi que promociona “Toro Salvaje”, de Scorcese. Creo que es el momento más puramente cinematográfico del film. Lástima que se haya ido con la velocidad de un auto.

Ezequiel Obregón


En Busca De La Felicidad
Título original: The Pursuit of Happyness.
Dirección: Gabriele Muccino.
Intérpretes: Will Smith, Thandie Newton, Jaden Christopher Syre Smith.
Guión: Steve Conrad.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Música: Andres Guerra.
Edición: Hughes Winborne.