
La puesta de “Sueñe, Carmelinda” nos invita inicialmente a concentrar la mirada sobre una galería de trabajos plásticos realizadas por un grupo de artistas a partir de la obra completa de Edward Kienholz, importante representante del pop-art californiano de los años sesenta. En el fondo, se proyecta la imagen de “La espera”, instalación de la que Finzi extrae una obra que tiene vida propia. La escenografía repite en espejo los mismos objetos de la obra plástica con ligeras variantes Con una cuidada estética, el espectáculo logra una muy interesante conjunción entre el punto de partida y lo teatral, porque la proyección permanece como fondo y comentario de la acción, en donde se le confiere voz e historia a esa mujer de Kienholz cuya cabeza es una foto en una bola de cristal y cuyos miembros no son más que huesos de vaca.
La actriz Maria Rosa Pfeiffer compone con sensibilidad inicialmente a una guía - cabría aquí decir “de museo”- para luego ponerse en la piel de Carmelinda. Sentada en un sillón, el personaje borda y habla con tres diferentes interlocutores: su pájaro Nicasio, el retrato del abuelo y su amado Ernesto, un marinero cuyo regreso aguarda hace cinco años. Las fotos y las cartas constituyen el lazo con su amor distante, al que evidentemente idealiza. Cerca del espectador, los frascos en hilera despiertan curiosidad; su función se revelará en el final. La palabra remite continuamente al pasado, al que la mujer que aguarda se aferra con pueril inocencia. Carmelinda “dialoga con su familia de objetos”, dice Horacio Wainhaus en el muy iluminador programa de mano; se dirige a quienes no pueden responder y escucha y se repite las voces con las que precisa soñar. Entretanto, los espectadores observamos que la presencia de dos planos no se limita a lo escenográfico y que lo doble constituye una clave de interpretación.
Desde el inicio, la protagonista nos lo advierte: “Yo tengo mi oscuridad” y ese costado se va develando en lo enunciado y en el gesto. Sin embargo, un papel narrativo fundamental, por las sombras que genera y la expresividad que confiere al rostro de la protagonista y a los objetos, lo tiene la iluminación de Silvio Torres, que funciona como un ojo. Tanto el diseño sonoro como el chelo en vivo de Wainhaus participan en la acción teatral. Esta lograda amalgama de “lengua, escucha y mirada” es el mayor mérito de la directora y puestista Daniela Ferrari.
Clara Irbazabal
Sueñe, CarmenlindaAutor: Alejandro Finzi
Actriz: Maria Rosa Pfeiffer
Diseño de luces: Silvio Torres
Musicalización: Horacio Wainhauss, Walter Walker
Artistas plásticos: Nilda Marsili, Raquel Minetti,
Emiliano Quintana, Ernesto Javier Santiago Rojas,
Edicita Sarragoicochea, Alberto Vincennau, Horacio Wainhaus
Asistente de producción: Javier Domench
Asistencia de dirección: Laura Santos
Puesta en escena: Daniela Ferrari
Dirección: Daniela Ferrari.
TEATRO ANFITRION
Dirección: Venezuela 3340
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfono: 4931-2124
Web: http://www.anfitrionteatro.com.ar/
Entrada: $12,00 - domingos 20:30 hs - Hasta el 17/12/2006